La orden religiosa de los Jesuitas: La compañia de Jesus



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La orden religiosa de los Jesuitas: La compañia de Jesus

J. Jesús Gómez Fregoso, s.j.



Según la mentalidad de aquellos tiempos, el hecho de acercarse a la Iglesia, de bautizarse para ser cristianos, era sinónimo de sujetarse al dominio temporal del rey de España: prácticamente todos los jesuitas tenían esta visión de ganar almas para Dios y súbditos para el rey, que en muy buena parte era continuación del pensamiento español de reconquista contra los moros. No es fácil resumir la mentalidad de estos misioneros íntimamente aliados al poder colonial español, que no veían distinción entre el trabajo de evangelización y el de sometimiento de las poblaciones indígenas al imperio español, aunque justamente se puede afirmar que en muchos de los jesuitas misioneros de esos territorios norteños privaba una muy clara posición de defensa de los valores indígenas; por ejemplo, se puede citar la actitud del padre Francisco María Piccolo, misionero de la Baja California quien, en 1707, afirmó que no iba a obedecer al arzobispo virrey que le ordenaba instruir a los indígenas en lengua castellana y no en lengua indígena. Lo mismo se puede afirmar del padre Eusebio Francisco Kino quien, después de que los pimas de Sonora habían sacrificado a su amigo, el padre Saeta, los defiende de la justicia española argumentando que ellos, los misioneros, son extranjeros que quieren imponer una moral extraña a la cultura indígena. Sin embargo, fueron logrando que sus indígenas bautizados quedaran exentos de pagar tributo al rey: primero por un año, luego por cinco y finalmente por 30 años. En estas regiones -Sonora y Baja California- se escribieron abundantes gramáticas y diccionarios de lenguas indígenas y fue notable la labor de los jesuitas como cronistas e historiadores de esos rumbos. Fueron cartógrafos y ganaderos, introdujeron el ganado caprino y bovino y cultivaron vid y trigo. Tuvieron también conflictos con el poder civil por asuntos de jurisdicción; los jesuitas argumentaban que la presencia de españoles era nociva para la vida cristiana de los indígenas, porque daban mal ejemplo de incoherencia de vida: decían una cosa y hacían otra.

Esta insistencia en que no hubiera españoles se interpretó como afán de independizarse del poder civil y militar de la Corona, de pretender crear un Estado independiente del Estado español. Particularmente, su actuación en el Golfo de California, rico en la pesca de perlas, dio argumentos para afirmar que no querían la presencia de españoles para poder controlar a su antojo el comercio de perlas. Los misioneros más famosos de estas regiones fueron Eusebio Francisco Kino, Juan María de Salvatierra, Juan de Ugarte, Francisco María Piccolo, por citar algunos.

Colegios

Como una continuación de su labor ya establecida en Europa, fueron notables los colegios que los jesuitas establecieron en la capital del virreinato. El 18 de octubre de 1574 se inauguró el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, donde se albergó después la Hemeroteca Nacional; dicho colegio estaba destinado básicamente para la formación de los seminaristas de la orden, pero luego abrió sus puertas a otros estudiantes. En 1577, la Compañía estableció su propia imprenta, se trabajó estrechamente con la Universidad, de suerte que sus alumnos, al igual que los de otros colegios jesuitas del virreinato de Puebla, Valladolid y Querétaro, podían graduarse en la Universidad de México sin más requisito que un examen público; pero los que estudiaban en Guadalajara, Mérida y Guatemala no tenían que presentar ese examen. Muy importante fue también el Colegio de San Ildefonso, en la actual calle de Justo Sierra: en noviembre de 1573 se abrió el primer seminario o convictorio internado o casa de estudiantes- que se fue transformando, y en 1618 se refundió ahí el primer Seminario de San Pedro y San Pablo, cuya manutención corría por cuenta del ayuntamiento, a cargo del Real Patronato; el internado comenzó a llamarse Real y más Antiguo colegio de San Pedro y San Pablo y San Ildefonso de México. Los alumnos de San Ildefonso concurrían todos a clase al Colegio Máximo. En filosofía, a mediados del siglo XVIII, los estudiosos comenzaron a inquietarse por los nuevos rumbos de la ciencia; Agustín Castro, encargado de la imprenta de San Ildefonso, tradujo y difundió el Novum Organum, de Bacon; otros leían a Descartes, Leibnitz y Newton. Andrés de Guevara y Bazoazábal, muy joven aún cuando los jesuitas fueron desterrados en 1767, dedicó desde Italia a este su Colegio un nuevo texto de filosofía libre de sectas y de dogmas, sin más autoridad que la razón y la experiencia, sin más preocupación en su restauración que la verdad […] como un interés de la República, para llegar a ser menos esclavos y más libres. Los planes de estudio, la metodología y la disciplina escolar -El método de Paris- eran iguales que en los colegios jesuitas de Europa. Los alumnos dominaban ampliamente el latín y conocían suficientemente el griego; se ejercitaban en la oratoria y en la poesía. La filosofía y la teología se estudiaban en los mejores autores de la época y, al principio, los maestros eran graduados en Salamanca o Alcalá; con el tiempo, no fue ya necesario graduarse en España; estos colegios eran para la juventud criolla; pero también hubo colegios para indios, como ya se dijo: el de San Gregorio, en la capital, y el de San Martín, en Tepotzotlán. Ambos colegios-semanarios persistieron hasta la expulsión de 1767. El de Tepotzotlán, en buena parte con profesorado indígena, que igualmente aprendía latín con el rector jesuita, que a su vez ayudaba a aprender el mexicano a los jesuitas jóvenes en el noviciado contiguo. En el Colegio de San Gregorio trabajó durante cinco años el padre Francisco Xavier Clavijero, ocupado al mismo tiempo en rescatar de la biblioteca del Colegio Máximo -pared de por medio y comunicado por la huerta- los códices reunidos por Botourini y Sigüenza y Góngora que, años después, le servirían para preparar su Historia. Otros colegios para criollos fueron los de Puebla, Valladolid, Guadalajara, Querétaro y Mérida; se puede decir que la mayor parte de la juventud criolla pasaba por esas aulas.

(1) Andrés de Guevara y Bazoazábal, Institutionum Philosophiae, Libri Duo, Venetiis, apud Foresti et Betinelli, 1819, vol. II, p. 12; vol. II, p.6.


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February 16, 2015